Le
doy vueltas al asunto de los recortes en educación, y sigo sin entender los
motivos que justifican tal decisión, a no ser que, siendo perversos, se amparen
en razones de índole clasista y costumbrista, y ya no tanto de un modelo
económico ultra-liberal; aunque, probablemente, todo tenga que ver.
Busco y rebusco;
leo, escucho y trato de comprender las motivaciones del Gobierno de Castilla-La
Mancha para perpetrar semejante ataque a la línea de flotación, no sólo del
sistema educativo, sino sobre todo a los cimientos de una comunidad autónoma
que tuvimos que construir desde la base, desde el inicio, sin más motivaciones
ni estímulos que ser dueños de nuestro propio destino, a partir de un campo
yermo, baldío, con un sector primario de subsistencia como única actividad
económica a la que aferrarse; con una base educativa inexistente y una fuga
social de talentos hacia otros destinos, tanto de España como de fuera del
país, brutal; con el sambenito de ser el patio trasero de Madrid, al que los
señoritos bien iban a pasarse las temporadas de asueto y descanso vacacional
como si fuesen los herederos de una tierra a la que no querían darle identidad,
más allá de ser el coto de caza de las huestes tardo franquistas que habitaban
la capital y su entorno.
Decía Confucio que
“donde hay educación no hay distinción de clases”. Quizá la Transición fue un
ejercicio de libertad y de reconciliación demasiado rápido, cerrado en falso
para muchos simpatizantes de la España nacional ultra católica que vieron en
peligro su status, un linaje adquirido por la gracia del caudillo y que, bajo
la sombra de la democracia y amparados por falsos ejercicios de
pseudo-libertad, reconstruyeron todo el sistema de relaciones pro-clasistas que
promovió el franquismo con la esperanza de que, tal vez algún día, volvieran
los mismos perros, con distintos collares, a liderar un país y unas regiones
que osaban levantarse contra el statu quo construido sobre los lomos de los
parias de a tierra. Ese momento está aquí, y frente a lo que un día creímos que
era lo justo -dotarnos de todos aquellos elementos que forjasen nuestra
identidad como ente autonómico, con colegios, institutos, una universidad
regional, centros de salud y consultorios médicos, servicios sociales para
proteger a los más desfavorecidos y los que más lo necesitan, programas de
apoyo para emprendedores que generasen empleo en nuestra tierra y con programas
de empleo para que los habitantes del medio rural dispusiesen de argumentos
económicos para no renegar de sus pueblos y tener que emigrar una vez mas-, hoy
hasta nosotros mismos -los que no tenemos más amparo que nuestro trabajo y la
protección que nos brinda un estado social y de derecho en el que predominaba
lo público, tratando de que todos fuésemos iguales- ponemos en tela de juicio
la labor de los gobiernos socialistas que ha tenido Castilla-La Mancha, cuyo
único delito, tal vez, haya sido querer que todos los castellano-manchegos, de
nacimiento y de adopción, tuviésemos todos los servicios básicos a la puerta de
nuestra casa, sin tener que desplazarnos a la capital provincial (¡qué lejano
queda eso!; ¡y a la vez que cerca!), para disponer de un sencillo pero eficaz
sistema de protección en todos los aspectos.
¡Gran labor de
desprestigio la que ha llevado a cabo el Partido Popular! ¡E impresionante
ejercicio de ignorancia mental por parte de quienes les creyeron!
Desde mayo de 2011,
el gobierno de Cospedal se ha empeñado en destruir todo lo andado y recuperar
la sociedad clasista que antaño construyó Paca la Culona, en terminología de
Queipo de Llano. Y en esa línea de destrucción y caos en que nos ha sumido el
ejecutivo manchego, el elemento más llamativo es la destrucción del sistema educativo.
Multitud de
expertos han alabado el sistema educativo castellano-manchego. La mezcla de
niños y niñas en una única aula, cuando así lo requiriese la situación, con
diferentes niveles, llevaba a los alumnos a adquirir conocimientos propios de
edades más avanzadas, a fijar mejor lo aprendido y a relacionarse con sus
iguales, tuviesen la edad que tuviesen. No supone un gasto; es una inversión
para el global de la sociedad, para contribuir, desde las edades más tempranas,
a la construcción de una ciudadanía más preparada, más consciente de su ámbito de
residencia, consecuente con el esfuerzo que le brindaba una región sin tener
que alejarse de sus seres queridos.
Esa filosofía
vital ya no existe; Cospedal se está encargando de destruirla porque,
sencillamente, ni cree en el sistema, ni aspira a que sus adláteres sean uno
más en la sociedad regional. Desconoce las consecuencias de sus decisiones, y
tampoco quiere ser consciente de las mismas, porque no es de aquí; porque no
conoce nuestra idiosincrasia; porque sus esquemas mentales siguen residiendo en
el Barrio de Salamanca, a pesar de haber adquirido un Cigarral en Toledo –otro ejemplo
de cómo se mezcla con la ciudadanía- y porque, en definitiva, sabe que su paso por
nuestra Región es sólo un trampolín para liderar el Partido Popular en un
futuro no muy lejano. Arrestos, desde luego, tiene, porque conozco pocas
personas que, en tan poco tiempo, hayan sido capaces de poner patas arriba una
Tierra sin encomendarse a nadie, mintiendo si ha sido necesario, sin
descomponérsele el semblante por ello ni avergonzarse de sus ineptitudes.
Para reconstruir
nuestro futuro tenemos mucha tarea por delante; la más perentoria, luchar para
que el Gobierno Popular de Castilla-La Mancha no destruya el sistema que
creamos entre todos. La próxima, no olvidar. No olvidar el ataque de Cospedal
hacia nuestro medio rural, hacia nuestro sistema educativo y hacia nuestros
niños y niñas, que habrán de sufrir situaciones dramáticas por la desfachatez,
la incapacidad y el desconocimiento de una Presidenta que quiere volver a poner
ladrillos en el patio de atrás de su vivienda, algo que tiramos abajo hace ya
algún tiempo.
De nosotr@s
depende.