Reza un refrán castellano “cuando un tonto coge la linde, la linde termina y el tonto sigue”.
La cultura del pueblo es, a menudo, una de las más sabias, porque surge de la experiencia, del conocimiento adquirido en los múltiples avatares a los que tenemos que enfrentarnos, de la observación, en definitiva.
Por eso, seguir la linde (o el lindero, que dirían los urbanitas) cuando ésta no existe, es una muestra de tozudez y sinrazón que pone en entredicho la capacidad de buen juicio del sujeto.
Algo así sucede a la Iglesia Católica. Y vaya por delante que quien escribe fue practicante durante algún tiempo, pero llega un punto en que ciertas demostraciones de fuerza se vuelven en contra de su autor.
Asistimos, atónitos la mayor parte de las ocasiones, a declaraciones eclesiásticas de orgullo y poder que tienen por objetivo mostrar las fortalezas ante asuntos de interés social que deberían propiciar la reflexión. No hay error en el tiempo verbal, porque debería existir tal ejercicio de meditación, pero el papel de mente pensante que a lo largo de la Historia (aproximadamente desde el siglo II d.C.) ha asumido la Iglesia de Roma, de motu propio y por encima de las voluntades de sus fieles, ha provocado un creciente ejercicio de cinismo y vocación dictatorial –en todos los sentidos- que raya en lo absurdo.
La penúltima ha tenido lugar en Brasil. Un asunto que a todos nos ha dejado fríos; me refiero a las reiteradas violaciones que ha sufrido una niña de 9 años (que ha recibido estos abusos desde los 6) por parte de su padrastro, y que han derivado en un embarazo de gemelos.
Estremece el hecho de que un hombre de 23 años abuse, de forma tan reiterada, de una niña de apenas 1,30 m. de altura y 6 años de edad. Y es lamentable que, corriendo peligro la vida de la niña por mor de este exceso, y ante la previsible práctica abortiva –la interrupción del embarazo se permite en Brasil en casos de violación y riesgo de la vida para la madre; en el caso de la niña convergían los dos supuestos-, la Iglesia Católica de Brasil haya procedido a excomulgar a la madre y a la niña, por apoyar esta práctica.
Para colmo de desmanes, el padrastro, contrario al aborto, ni tan siquiera ha recibido la más leve amonestación por parte de la Iglesia Católica Brasileña, ni mucho menos del responsable de la curia romana, a la sazón el Papa Benedicto XVI.
No soy quien para sentar cátedra; ni mucho menos un teórico con autoridad para generar opinión en los grandes ámbitos informativos. Pero me parece un sinsentido, por decirlo en términos suaves, el desarrollo de esta historia.
La Iglesia Católica, teóricamente asentada sobre postulados de amor, justicia, solidaridad y perdón, ha sucumbido a lo largo de la historia a los dulces encantos del poder terrenal, confundiendo amor con sexo; justicia con conveniencia; solidaridad sí, pero con los poderosos; y perdón con quienes se lo permitían sus posibilidades económicas. No ha sabido afrontar los cambios que han tenido lugar en las sociedades de todo el mundo y, lejos de adaptarse y progresar, vocablo que a los sectores más anacrónicos del clero podría suponerle un absceso pulmonar, no han tenido por menos que anclarse en sus dogmas y enrocarse en un absurdo de progresión geométrica, en el sentido más Maltusiano.
Me siento indignado, cabreado, jodido,… Me siento estafado por una institución en cuyas aguas la mayor parte de nosotros hemos nadado en alguna ocasión, y en la que creímos, y con la que crecimos, con ilusión, sin detenernos a pensar en lo que realmente sustentaba su simple existencia.
Cuando estudiaba en el Instituto, colegio Franciscano para más señas, un cura me preguntó qué quería ser de mayor. Yo no dudé mucho, porque pensaba –y aún hoy pienso- que la respuesta más adecuada no caminaba por el sendero de lo profesional; buena persona, contesté. Reconozco que entonces, y tardé algunos años en darme cuenta, sabía lo que quería pero no por dónde buscarlo.
La vida, la experiencia, los avatares de la vida -¿recordáis el principio de este texto?- me han puesto en ese camino, y he de decir que se encuentra muy alejado de las tesis eclesiásticas católicas.
Yo sigo la linde, y creo que aún quedan muchas piedras sobre las que caminar; a otros el lindero se les terminó hace tiempo, y caminan campo a través haciendo de su capa un sayo y vendiendo su alma al mejor postor.
¡Joder, qué tropa!
La cultura del pueblo es, a menudo, una de las más sabias, porque surge de la experiencia, del conocimiento adquirido en los múltiples avatares a los que tenemos que enfrentarnos, de la observación, en definitiva.
Por eso, seguir la linde (o el lindero, que dirían los urbanitas) cuando ésta no existe, es una muestra de tozudez y sinrazón que pone en entredicho la capacidad de buen juicio del sujeto.
Algo así sucede a la Iglesia Católica. Y vaya por delante que quien escribe fue practicante durante algún tiempo, pero llega un punto en que ciertas demostraciones de fuerza se vuelven en contra de su autor.
Asistimos, atónitos la mayor parte de las ocasiones, a declaraciones eclesiásticas de orgullo y poder que tienen por objetivo mostrar las fortalezas ante asuntos de interés social que deberían propiciar la reflexión. No hay error en el tiempo verbal, porque debería existir tal ejercicio de meditación, pero el papel de mente pensante que a lo largo de la Historia (aproximadamente desde el siglo II d.C.) ha asumido la Iglesia de Roma, de motu propio y por encima de las voluntades de sus fieles, ha provocado un creciente ejercicio de cinismo y vocación dictatorial –en todos los sentidos- que raya en lo absurdo.
La penúltima ha tenido lugar en Brasil. Un asunto que a todos nos ha dejado fríos; me refiero a las reiteradas violaciones que ha sufrido una niña de 9 años (que ha recibido estos abusos desde los 6) por parte de su padrastro, y que han derivado en un embarazo de gemelos.
Estremece el hecho de que un hombre de 23 años abuse, de forma tan reiterada, de una niña de apenas 1,30 m. de altura y 6 años de edad. Y es lamentable que, corriendo peligro la vida de la niña por mor de este exceso, y ante la previsible práctica abortiva –la interrupción del embarazo se permite en Brasil en casos de violación y riesgo de la vida para la madre; en el caso de la niña convergían los dos supuestos-, la Iglesia Católica de Brasil haya procedido a excomulgar a la madre y a la niña, por apoyar esta práctica.
Para colmo de desmanes, el padrastro, contrario al aborto, ni tan siquiera ha recibido la más leve amonestación por parte de la Iglesia Católica Brasileña, ni mucho menos del responsable de la curia romana, a la sazón el Papa Benedicto XVI.
No soy quien para sentar cátedra; ni mucho menos un teórico con autoridad para generar opinión en los grandes ámbitos informativos. Pero me parece un sinsentido, por decirlo en términos suaves, el desarrollo de esta historia.
La Iglesia Católica, teóricamente asentada sobre postulados de amor, justicia, solidaridad y perdón, ha sucumbido a lo largo de la historia a los dulces encantos del poder terrenal, confundiendo amor con sexo; justicia con conveniencia; solidaridad sí, pero con los poderosos; y perdón con quienes se lo permitían sus posibilidades económicas. No ha sabido afrontar los cambios que han tenido lugar en las sociedades de todo el mundo y, lejos de adaptarse y progresar, vocablo que a los sectores más anacrónicos del clero podría suponerle un absceso pulmonar, no han tenido por menos que anclarse en sus dogmas y enrocarse en un absurdo de progresión geométrica, en el sentido más Maltusiano.
Me siento indignado, cabreado, jodido,… Me siento estafado por una institución en cuyas aguas la mayor parte de nosotros hemos nadado en alguna ocasión, y en la que creímos, y con la que crecimos, con ilusión, sin detenernos a pensar en lo que realmente sustentaba su simple existencia.
Cuando estudiaba en el Instituto, colegio Franciscano para más señas, un cura me preguntó qué quería ser de mayor. Yo no dudé mucho, porque pensaba –y aún hoy pienso- que la respuesta más adecuada no caminaba por el sendero de lo profesional; buena persona, contesté. Reconozco que entonces, y tardé algunos años en darme cuenta, sabía lo que quería pero no por dónde buscarlo.
La vida, la experiencia, los avatares de la vida -¿recordáis el principio de este texto?- me han puesto en ese camino, y he de decir que se encuentra muy alejado de las tesis eclesiásticas católicas.
Yo sigo la linde, y creo que aún quedan muchas piedras sobre las que caminar; a otros el lindero se les terminó hace tiempo, y caminan campo a través haciendo de su capa un sayo y vendiendo su alma al mejor postor.
¡Joder, qué tropa!
http://www.elpais.com/articulo/internacional/otros/merecen/excomunion/elpepisoc/20090317elpepuint_1/Tes
Que el tiempo no os cambie.
Que el tiempo no os cambie.