martes, 9 de noviembre de 2010

UNA IGLESIA DESPRESTIGIADA Y FALSA



Nunca he aspirado a beato, santo o especie similar a los que el catolicismo se empeña en venerar. Y tal vez mi pasado en un colegio franciscano haya hecho mella en mi ya escasas, por aquel entonces, creencias religiosas. Por eso, cuando observo espectáculos como el del pasado fin de semana, no tengo por menos que pensar en la ignorancia del ser humano.


No concibo un dispendio tan exagerado de fondos públicos para dar pábulo a un acto de exaltación religiosa y satisfacer los malogrados egos de quienes se autoproclaman católicos, especialmente cuando los Gobiernos de medio mundo abogan por la reducción presupuestaria para hacer frente a una crisis de la que será complicado salir (pero no imposible).


Pensaba que los peregrinos viajaban a pie o a lo sumo en bicicleta -en esa especie de visión semi progre que quieren trasladarnos los jóvenes ultra católicos que piensan que por el hecho de trasladarse a bordo de un ciclo, ya son guays y sostenibles-, y no en Airbus; pensaba que la Iglesia Católica tenía empatía con quienes peor lo están pasando. Pero una vez más comprobamos que el adoctrinamiento conservador nacional católico pasa por la máxima “haz lo que yo diga y no lo que yo haga”. Poco importan las poblaciones que habitan en Somalia, o en Etiopía, o en tantos lugares de la Tierra; o los damnificados por el terremoto de Haití. Las obligaciones morales cristianas siempre son de otros, de quienes soportamos la crisis y queremos colaborar para construir un mundo mejor, pero nunca de la jerarquía católica ni de sus numerosos brazos armados –Opus Dei, Legionarios de Cristo y demás rara avis que abundan por la sociedad actual-, más preocupados de perpetrar cruzadas contra los derechos civiles conseguidos bajo el estado de derecho, obviando la voluntad del pueblo al que consideran una amenaza para el statu quo que la historia de la vieja Europa les ha otorgado.


Cuando oigo a los pobres ignorantes alzando sus voces contra los Gobiernos de Izquierda, manifestándose en jaurías contra la igualdad de derechos en todos los ámbitos vitales y observo las ausencias en las concentraciones para conseguir un mundo mejor para todos, me pregunto si realmente era este sectarismo extremo lo que Jesucristo quería para “su” Iglesia.


Tal vez sea ésta la prueba más patente de que la Iglesia es la mayor falsedad de la historia de la humanidad; eso sí, con unos actores excepcionales.

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